domingo, 19 de marzo de 2017

MIGUEL IZQUIERDO, El Affaire Miami 94


EL AFFAIRE MIAMI 94

Por 
Miguel Izquierdo
Morelos

El ser fiel con el tiempo tiene sus recompensas.  Al menos eso fue lo que sentí cuando Susana metió unos condones en mi maleta, previa salida a mi participación en un congreso invitado por una universidad de Miami.  Me dijo muy práctica y segura: 

─ Ponte muy bien estos globitos, no quiero que regreses con un sida.
Así, con autorización plena, conspicua y bastante, volé a Miami, menos interesado en el congreso que en identificar a la brevedad mis oportunidades, para desarrollarlas entre las millones de bellezas atraídas por sus playas, discotecas y cafés.

Durante la conferencia inaugural, volteé discretamente hacia atrás y hacia el lado derecho, y como flechazo de amor a primera vista, me sonrió una jovencita preciosa. “Seguramente latina”, fue mi pronóstico inmediato. ¡Ésta es mía!, dictaminé convencido, a la vez que impresionado de la celeridad con que se daban las circunstancias presagiadas por mi esposa. 

Siguió la conferencia, salpicada con volteadas y sonrisitas mutuas, confirmadoras de un prometedor affaire al que de entrada le llamé “Miami 94´”.  El tiempo contra reloj de la conferencia empezó a hacérseme eterno, como inútiles sus temas: que la hermandad de las Américas –lo que menos me interesaba era la hermandad– , que los lazos de unión entre los países  – para qué entre países si ahí estábamos seres de carne y anhelos– , que las relaciones estrechas entre vecinos – ese era el mensaje un poco más a tono con mi estado de ánimo,  y otros tantos lugares comunes enfriadores y retardadores de las emociones que me dominaban crecientemente.

Por fin terminó la conferencia y como un par de imanes, aquella preciosidad y yo fuimos acercándonos entre las butacas que se vaciaban, con sonrisas cada vez más abiertas, de los que se saben uno para el otro. ¡Qué pegue te traes, chamaco!, me felicité casi a voz abierta.

A unos siete pasos de mí, la muy atrevida no se aguantó las ganas de hablarme con sorprendente alegría:
      –  ¡Qué gusto de verte, Miguel!

Con ese balazo caí de la primera nube, pero me agarré como pude de la inmediata, pues no dejaba de ser “una linda y hermosa criatura”, aunque de rostro nebulosamente conocido.

Luego dijo con un dejo de complicidad, alargando el cuello:
       –  ¿Vienes solo?
A lo que contesté reconfortado, pasando a la ofensiva con coquetería:
–    ¡Claro que sí!

Entonces se tiró a matar con todo, aún más satisfecha, mientras me tomaba estrechamente por el brazo, atrayéndome a su cuerpo:
      ¡Ah, en ese caso me encargaré de vigilarte todos estos días para que ninguna gringa pechugona ni latina nalgona se te acerque, y así entregues buenas cuentas a Susana!

Ahí acabó mi mejor aventura, Miami 94´, sin posibilidades de voltear más a los lados, resguardado por la reconocida hija de una amiga cuernavacense,  celosa de los derechos e izquierdos de las mujeres mexicanas.



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