EL FONÓGRAFO
Por
Luis Anguiano
Morelos
Como casi siempre suele suceder, se requiere más espacio, por tanto, me
dí a la tarea de limpiar el cuarto de los trebejos… bolsas, zapatos, ropa,
herramientas, cuadros, libros, etc. Lo que guardamos por si se ofrece.
Al final, en una esquina, en la penumbra, una caja; su color debió haber
sido vino, estaba roída y lastimada por el paso del tiempo; una manija al
frente llamo mi atención.
La caja no mediría más de 40 cm de ancho por 20 de alto. Al abrirla con
sorpresa me encuentro con un olor penetrante a viejo de humedad, en el lateral
izquierdo una especie de aguja para
marcar no sé qué. Al centro, un
plato de 20 cm de diámetro y un pivote
perfectamente alineado. Una especie de palanca
que sobresale del plato de lado derecho.
Tiradas sobre su base algo así como una pequeña trompeta rota. Ya
abierta y de frente un compartimiento que contiene 5 discos de acetato negro
con surcos muy finos, no cabe la menor duda es un fonógrafo, que quizá data de
1920. ¿Qué? Si, casi 100 años. ¡IMPOSIBLE!
De inmediato me tele transporto e imagino a Thomas Alva Edison pensando
absorto: ¿Cómo capturar el sonido? ¡Si! El sonido se puede guardar, grabar, reproducir.
El acetato contiene
una serie de surcos milimétricos, ¿será?
Solo surcos continuos por cada lado.
¡NO! ¡IMPOSIBLE! No existen
cables para enchufar, ni cables para bocinas,
y si das vuelta a la manivela, el plato central inicia un leve giro. Ósea, ¿cómo? Bocinas no tiene, solo un hueco, no entiendo.
Apenas observando con una lupa se aprecian surcos como los de un arado
en la tierra: irregulares y de diferentes profundidades. Me imagino como Edison pudo
sentir, pensar y percibir de forma vaga.
¿Cómo atrapar el sonido? Las vibraciones, ¡claro! Cuando inflamos un globo, lo sostenemos entre nuestras manos y hablamos;
sentimos el sonido vibrar. ¡Ahí está!
La pregunta habría sido cómo
guardarlo, mantenerlo, grabarlo y reproducirlo.
La magia del pensamiento creativo, ¡está frente a mí!
Rápidamente coloco el acetato, giro la manivela e inicia su recorrido,
coloco la aguja muy parecida a la de un
alfiler pero más gruesa y de acero; en ese preciso instante se rompe el
silencio, graznidos, chirridos y chasqueos inundan la habitación y ¡sorpresa! ¡Ahí está!
Me doy a la tarea de construir una trompeta en forma de cucurucho e
inserto la aguja nuevamente, insisto y coloco sobre el acetato la
aguja-cucurucho, la estridencia se hace más fuerte y clara, ¡sí! ¡Es una
canción!
Al centro del acetato una etiqueta
que se alcanza a leer: 1965, los Rockin Davils, y el tema Bule Bule.
52 años después, el pasado me alcanza y me entrega en mi propia mano el
inicio del maravilloso mundo sonoro. Y entonces pienso… (PRESUMIDO) ¿Habrá quien se sorprenda igual que yo?
Una USB llega a guardar 1,000
canciones y yo, con el fonógrafo de
apenas dos. Un armatoste, el tatarabuelo del
reproductor del sonido guardado, pasando por el LP, la cinta magnética, los
cartuchos de 8 y 4 tracks, los cassettes, los CD’s, el USB, el internet y miles y
miles de canciones para nuestro disfrute..
¡Y ahí está! ¡ASÍ NACIÓ!
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