viernes, 3 de marzo de 2017

ENRIQUE DURAND

RECUERDOS

Por
Enrique Durand Brito
Morelos

No sé por qué, pero a últimas fechas he estado recordando detalles que me han transportado a mi etapa infantil, allá en el pueblo de la familia materna.

Será que los sucesos cotidianos de que nos enteramos, todos ellos cargados de sentimientos y actos de violencia, malos tratos, problemas internacionales, situaciones económicas, racismo, posiciones religiosas radicales, políticas entre países poco claras y sobre todo intereses caprichosos y personalísimos que avasallan y pisotean los genuinos intereses colectivos poco respetados, todo eso, me ha hecho recordar esa etapa en que mi única preocupación era jugar y pasarla bien con los primos y amigos, que a la vez eran cómplices de travesuras, que hoy son impensables simplemente porque el tiempo y su modernidad han cambiado todo.

Nací en el octavo mes del año que marca justamente la mitad del siglo veinte y la modernidad con sus avances no habían llegado hasta ese (en ese entonces pequeño) pueblo, es decir, no había agua potable ni luz eléctrica y se cocinaba con leña o carbón, aunque en algunas casas tenían estufas de petróleo.

La abuela materna, tenía una fonda en el mercado, o lo que en ese entonces se consideraba como tal y sostenía a sus hijos elaborando la comida que diariamente ofrecía al público que gustaba de su sazón, que por cierto era muy bueno; claro que como su nieto no lo puedo calificar de otra manera, además con la cantidad de gente que comía ahí, creo que pensaban lo mismo.

Así que como a las seis de la mañana salíamos de casa para llegar a la fonda a preparar lo que sería el almuerzo que a las nueve a más tardar debía estar listo para recibir a los primero comensales (aunque algunos llegaban desde las siete); claro que había que empezar con el ceremonial de quitar todo el manteado con lo que se cubría lo que había en el interior, porque era un lugar abierto sin puertas y mucho menos cortinas; de hecho todos los puestos eran así, pues el mercado municipal todavía no existía, así que simplemente se cubrían con mantas amarradas, pero nunca faltaba nada, ni una silla o una mesa o una cazuela, en fin nada faltaba.

Pero eso de quitar el manteado no me gustaba, porque había que deshacer los nudos de los lazos con los que se amarraba y me daba flojera porque a veces no los podía desamarrar con la rapidez que la abuela quería y siempre tenían que ayudarme, no sin antes oír el: “¿como es que no puedes?”.

Durante el trayecto de la casa a la fonda, por lo general tanto la abuela, mi madre, la muchacha  que le ayudaba y yo, llevábamos algunos implementos que se utilizarían para cocinar, bien podía ser una olla, una cazuela, una gallina, carne, un bote de leche o cualquier otra cosa; pero los que no podían faltar eran los quinqués y una lámpara que utilizaríamos en la noche al regresar a casa.

Y como buen pueblo, a esa hora ya estaban muchas personas barriendo las calles, por lo que también escuchaba: ¡buenos días Macrina! ¡Buenos días Doña Trini! ¡Buenos días Juve¡ ¡Buenos días Tía Trini¡ ¡Buenos días Salustio¡ ¡Buenos días Doña Trini¡, y así todo el camino hasta llegar a la fonda.

También había que ir por agua, recuerdo que estaban dos tomas de ese lado del pueblo, así que había que agarrar los “aguantadores” y las dos cubetas para después de hacer fila, llenarlas y regresar a la fonda; a mi me daban dos botes porque todavía no podía con las cubetas, pero eso sucedía dos veces al día, en la mañana y por la tarde.

Aun sin saberlo, estaba recibiendo mis primeras lecciones en la vida, la primera fue la educación de dar los buenos días a quienes te vas encontrando en el camino, la higiénica costumbre de barrer el frente de las casas y el trabajo colectivo para un desarrollo familiar con responsabilidades para todos.

Creo que he recordado todo eso, porque en la actualidad ya casi ni saludamos, es más , a veces ni conocemos a los vecinos, o estamos tan ocupados con los smartphones, que en la ruta ni siquiera volteamos a ver quién va junto a nosotros; de barrer la calle, ni hablar, todo se lo dejamos al gobierno: “por eso pago mis impuestos”; y en cuanto al trabajo colectivo, es tan difícil despojarnos de nuestros intereses personales, que muchas veces resolvemos asuntos propios hasta de manera egoísta, sin pensar que con nuestros actos, podemos lesionar a terceros.

En fin, fueron solo recuerdos.


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