RECUERDOS
Por
Enrique
Durand Brito
Morelos
No sé por qué, pero a últimas
fechas he estado recordando detalles que me han transportado a mi etapa
infantil, allá en el pueblo de la familia materna.
Será que los sucesos cotidianos
de que nos enteramos, todos ellos cargados de sentimientos y actos de
violencia, malos tratos, problemas internacionales, situaciones económicas,
racismo, posiciones religiosas radicales, políticas entre países poco claras y
sobre todo intereses caprichosos y personalísimos que avasallan y pisotean los
genuinos intereses colectivos poco respetados, todo eso, me ha hecho recordar
esa etapa en que mi única preocupación era jugar y pasarla bien con los primos
y amigos, que a la vez eran cómplices de travesuras, que hoy son impensables
simplemente porque el tiempo y su modernidad han cambiado todo.
Nací en el octavo mes del año que
marca justamente la mitad del siglo veinte y la modernidad con sus avances no
habían llegado hasta ese (en ese entonces pequeño) pueblo, es decir, no había
agua potable ni luz eléctrica y se cocinaba con leña o carbón, aunque en
algunas casas tenían estufas de petróleo.
La abuela materna, tenía una
fonda en el mercado, o lo que en ese entonces se consideraba como tal y
sostenía a sus hijos elaborando la comida que diariamente ofrecía al público
que gustaba de su sazón, que por cierto era muy bueno; claro que como su nieto
no lo puedo calificar de otra manera, además con la cantidad de gente que comía
ahí, creo que pensaban lo mismo.
Así que como a las seis de la
mañana salíamos de casa para llegar a la fonda a preparar lo que sería el
almuerzo que a las nueve a más tardar debía estar listo para recibir a los
primero comensales (aunque algunos llegaban desde las siete); claro que había
que empezar con el ceremonial de quitar todo el manteado con lo que se cubría
lo que había en el interior, porque era un lugar abierto sin puertas y mucho
menos cortinas; de hecho todos los puestos eran así, pues el mercado municipal
todavía no existía, así que simplemente se cubrían con mantas amarradas, pero
nunca faltaba nada, ni una silla o una mesa o una cazuela, en fin nada faltaba.
Pero eso de quitar el manteado no
me gustaba, porque había que deshacer los nudos de los lazos con los que se
amarraba y me daba flojera porque a veces no los podía desamarrar con la
rapidez que la abuela quería y siempre tenían que ayudarme, no sin antes oír
el: “¿como es que no puedes?”.
Durante el trayecto de la casa a
la fonda, por lo general tanto la abuela, mi madre, la muchacha que le ayudaba y yo, llevábamos algunos
implementos que se utilizarían para cocinar, bien podía ser una olla, una
cazuela, una gallina, carne, un bote de leche o cualquier otra cosa; pero los
que no podían faltar eran los quinqués y una lámpara que utilizaríamos en la
noche al regresar a casa.
Y como buen pueblo, a esa hora ya
estaban muchas personas barriendo las calles, por lo que también escuchaba:
¡buenos días Macrina! ¡Buenos días Doña Trini! ¡Buenos días Juve¡ ¡Buenos días
Tía Trini¡ ¡Buenos días Salustio¡ ¡Buenos días Doña Trini¡, y así todo el
camino hasta llegar a la fonda.
También había que ir por agua,
recuerdo que estaban dos tomas de ese lado del pueblo, así que había que
agarrar los “aguantadores” y las dos cubetas para después de hacer fila,
llenarlas y regresar a la fonda; a mi me daban dos botes porque todavía no
podía con las cubetas, pero eso sucedía dos veces al día, en la mañana y por la
tarde.
Aun sin saberlo, estaba
recibiendo mis primeras lecciones en la vida, la primera fue la educación de
dar los buenos días a quienes te vas encontrando en el camino, la higiénica
costumbre de barrer el frente de las casas y el trabajo colectivo para un
desarrollo familiar con responsabilidades para todos.
Creo que he recordado todo eso,
porque en la actualidad ya casi ni saludamos, es más , a veces ni conocemos a
los vecinos, o estamos tan ocupados con los smartphones, que en la ruta ni
siquiera volteamos a ver quién va junto a nosotros; de barrer la calle, ni
hablar, todo se lo dejamos al gobierno: “por eso pago mis impuestos”; y en
cuanto al trabajo colectivo, es tan difícil despojarnos de nuestros intereses
personales, que muchas veces resolvemos asuntos propios hasta de manera egoísta,
sin pensar que con nuestros actos, podemos lesionar a terceros.
En fin, fueron solo recuerdos.
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