martes, 28 de marzo de 2017

ANFITRIONA: DANAE DE NEGRI, Lo que se hereda no se hurta



LO QUE SE HEREDA NO SE HURTA
Escritura solidaria y de raíz

Por
Danae De Negri
Morelos

El día de ayer una querida amiga mía me preguntó: ¿y ese blog de Hombres en su Tinta, como para qué? Le respondí que es un espacio donde los hombres pueden expresar lo que sienten, quizá de una forma distinta a la acostumbrada, y que llevo años creando foros en los que la escritura es la protagonista, como un medio de expresión para las personas. El que exista un espacio para ellos, me permite ser solidaria con esos entes que sé, también aprenden todos los días, en este mundo actualizado en el que están conociendo y aplicando, nuevas masculinidades; donde la inclusión es parte fundamental del renovado aprendizaje.

Quizá haya gente que no lo sepa, pero yo nací entre libros, arte, anécdotas y escritores de vida; por mi sangre corre la historia de hombres y mujeres amantes del conocimiento, cuestionadores y sumamente creativos. De ahí que la imagen de mamá leyendo un libro o un periódico, me acompaña desde siempre; al igual la de un padre que no sólo comentaba un contenido cualquiera con la autora de mis días o conmigo, a pesar de mi corta edad; sino que me empoderó cuando vio que la escritura era una forma de comunicarme, en la que me sentía como pez en el agua. En aquellos ayeres de mi tierna infancia, se sentía asombrado cuando yo creaba con relativa facilidad un cuento. Más de una vez me habló de su padre, Ramón P. De Negri, y de su hermano, Carlos Denegri, como seres de extraordinaria capacidad no sólo para hacer del lenguaje su más sólido y poderoso compañero, sino de esa manera exquisita con la que recreaban al mundo; cuestión que pude corroborar después, en el transcurso de mis años inquietos e intelectuales. El abuelo fue el pionero en el periodismo dentro de esa familia nuclear, cuando participó activamente en la política nacional e internacional. Él ya lo traía de la bisabuela… La pluma era parte de su fuente de imaginación.

Habilidad y naturaleza no sólo de ellos: después me percaté que mi tío Iván había sido cortado por la misma tijera, y que como aquellos hablaba varios idiomas con suma facilidad y creaba con el cerebro lo inimaginable; en verdad eran constructores ejemplares de la imaginación, y dueños de mentes majestuosas y brillantes; por ende, no siempre comprendidos. Iván, como papá y el tío Carlos, fue un gran conocedor del arte y la cultura, así como la historia universal; fue un fantástico pintor al que Diego Rivera presentó al mundo; cuestión que también había sido avivada por la abuela Ceyde, de quien conservo extraordinarios cuadros pintados al óleo, un libro y docenas de cartas y evidencias de una mente ágil e inquieta.

De tal suerte que, antes siquiera de saber sobre las reglas gramaticales, ya escribía; de hecho, de pronto las aplico de manera empírica. Pero esa necesidad de escribir la traigo desde siempre, quizá por eso a los 4 años ya lo hacía con relativa facilidad –aunque con inconsistencia gramatical- gracias al empuje de mi madre, Irma, por quien aprendimos a leer algunos casi dejando la teta. Muy a su forma y con alguno que otro zape, mamá nos enseñaba su mundo, el de las letras, y como loritos, repetíamos una y otra vez lo aprendido. Así recuerdo cómo antes de esa edad, me escondía detrás del enorme tronco de una gigante palmera del jardín, al ver a mis hermanos llegar de la escuela, con la complicidad de mamá. Luego salía de mi escondite, y decía que también venía de clases, y al ser bombardeada con bromas pesadas de mis hermanos mayores, mostraba un cuadernito con planas y planas de escritura, para “demostrar” mi falsedad, como niña grande que pretendía ser.

También mi padre, Racey Graco, fue mi gran inspiración y el mejor mentor. Por él construí mundos paralelos en donde la reflexión era mi motor. Él había vaticinado mi futuro como estudiante: seguramente serás comunicadora, periodista o filósofa. No se equivocó. Reconozco que influyó en mí, pero jamás impuso su criterio al respecto. Comencé en el periodismo de opinión en la adolescencia, siendo casi una niña; ya en la prepa me era habitual el que alguien me dijera que había salido mi fotografía en un diario local; en el mismo, di mis pininos con el tema de la muerte de Mario Moreno Cantinflas, artista al que siempre admiré, independientemente de su vida privada; junto al memorable Pardavé y a Tin Tan.

En aquellos tiempos solía cuestionar todo, y enfrentarme con la pluma con un valor y valentía que hoy sé, quizá no recuperé en estos tiempos de verdadera violencia. Confrontaba al mal gobierno y a la delincuencia, y apostaba por la unidad ciudadana. Ese romanticismo daba sentido a mi vida, y estuvo sostenido por la formación de mis padres.  

Y efectivamente traté de estudiar Comunicación en un par de universidades particulares de prestigio, pero se me dificultó, y al final tampoco quise; por algo era: estudié Filosofía en la universidad pública, gracias a que de la nada llegó un maestro de Literatura en la prepa, que me dijo: tú serías excelente estudiante en la carrera. Me dio risa cuando lo escuché, porque pensé que el destino ya me la deparaba. Y no, no fui excelente estudiante de la primera generación de filósofos en el Estado; no como otros conceptualizan lo que es ser “bueno”; para mí el ser buena estudiante, era involucrarme con mi carrera (fui representante estudiantil en una carrera en la que paradójicamente no se vivía el espíritu universitario tradicional, no habían compañeros vestidos de hippies ni nada por el estilo; quizá porque en su mayoría eran ya adultos estudiado en su segundo aire), cuestionar todo lo aprendido, devorar con libertad lo leído y escribir a plenitud; se supone que eso es la base de la buena Filosofía; además algunos sufrimos los embates de maestros considerados “vacas sagradas”,  los cuales rompían con todo protocolo de andragogía y eran despiadados a la hora de calificar o de emitir alguna recomendación. No está demás decir que los admiraba en lo profundo, a pesar de sus malas formas momentáneas. Un par de ellos me sirvió de ejemplo de lo que no se debe de hacer frente a grupo, y cuando empecé a dar clases en preparatoria y universidad, siempre los tenía presentes. Me motivaron sin querer para perfilar positivamente mi propio modelo de enseñanza.  

Después me rebelé a las formas tradicionales de la educación; le di poca importancia a los rituales institucionales porque entendí la filosofía de mi padre, cuando enfatizaba que ser universitario no era todo en la vida. Salí decepcionada de la universidad y con ganas de nunca volver por aquellos mentores y por la suma agresión que viví al ser líder estudiantil, en una época en la que la mujer debía luchar (más que ahora), para transitar políticamente entre estudiantes. La misoginia y el machismo me acompañaron hasta mi renuncia.


Así, el mundo de la escritura aparece fragmentado y con colores distintos durante toda mi vida, pero sigue presente. No estoy tan segura pero quizá he escrito más que lo leído. Y no me incomoda decirlo. O tal vez he leído el mundo de otra manera, amando también a los libros y al conocimiento, porque éste me fascina y me hace sentir que en la vida no se sabe ni se controla todo. Aunque suene a cliché, siempre, siempre, hay algo –o mucho- qué aprender… y escribir. 

2 comentarios:

  1. Siempre resulta nteresante conocer más sobre las personas con las que compartes algo de tu vida. Más interesante aún cuando se trata de una gran amiga.

    Gracias por compartir. Un abrazo.

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