jueves, 27 de abril de 2017

LUIS ANGUIANO, La paella de don Carlos Morera




LA PAELLA DE DON CARLOS MORERA
(Crónica descriptiva de un recuerdo)

Por 
Luis Anguiano
Morelos


Corrían los años sesentas, recuerdo a Don Carlos Morera parado en el acceso principal entre el área de bar y cocina del Restaurante Savoy, del hotel de lujo, Los Canarios.

Su porte y presencia era realmente impactante o por lo menos así me lo parecía a mí. Con una altura aproximada de 1.70, cabello rubio, lacio y medianamente largo que en ocasiones cubría parte de su cara; ojos azules, frente amplia y robusto; en la boca un habano que lo caracterizaba; un anillo de oro y en la muñeca izquierda un reloj también de oro que más parecía esclava porque no se sujetaba a su mano, seguramente dos o tres eslabones sobraban.

El Restaurante Savoy marcó toda una época. Las grandes comilonas y festejos no se hacían esperar: cumple años, bodas, bautizos, quince años se celebraban con grandes viandas; al fondo del restaurante un espacio diseñado exprofeso para los músicos, llegando a tocar Don Alfonso Morquecho, la orquesta de ingeniería, Carlos Campos, el Maestro Ojeda y la marimba de los hermanos López. En varias ocasiones vi a Don Carlos desplazarse de forma majestuosa abriendo los brazos y con el puro en la boca solicitar a Lupita, lo acompañara para bailar un paso doble, lo cual me trae a la memoria Los Bocheros, Los Churumbeles de España e incluso al gran maestro Agustín Lara con el tema Silverio, Silverio Pérez, el príncipe milagro de la fiesta más bellaaaa…

      En el área de cocina, siempre supervisando y dando sus últimos toques Don Carlos, con su linda e inseparable Doña Lupita, mujer activa y trabajadora con la cual procreó 5 hijos: Carlos, Carmelita, Jorge, Magdalena y Gerardo.

      Por las tardes noches casi cerrando el restaurante, Don Carlos se reunía en ocasiones con buenos amigos, entre ellos mi padre… grandes e interminables charlas. Yo observaba a don Carlos. Miguel Ángel, entonces como gran clarividente, acercaba una caja de madera que contenía habanos que eran repartidos entre los comensales; él tomaba uno y con un palillo perforaba el habano se lo llevaba a la boca y con cerillos de madera lo prendía, una gran bocanada de humo aparecía, el tiro era perfecto, otros lo cortaban o mordían escupiendo el tabaco; nunca vi a don Carlos tirar la ceniza, ésta generalmente caía en su camisa.

         Cuál era mi sorpresa cuando le pedía al mesero en turno,  al buen  Miguel Ángel o Díaz (que más parecían familiares que  trabajadores), trajera algo para picar. Miguel Ángel o Díaz, se perdían entre las sombras del restaurante a media luz, y en poco tiempo reaparecían como magos: en su mano derecha portando un gran platón  conteniendo  queso manchego, cotija y panela; jamón, salami, mortadela, chorizo, morcilla, jamón serrano finamente cortado, aceitunas, pan,  mantequilla,  y una preparación de aceite de oliva con cebolla y sofrita con pimentón; sin faltar, por supuesto,  una  buena copa de vino tinto y whisky.

La especialidad del Restaurante Savoy era la paella, pero como buen español también lucía la gran preparación de la fabada y la zarzuela. A mí, en lo particular me parecía exquisita y deliciosa la crema de elote con una pizca de pimienta y con barquitos de pan.

Era mi paso obligado para ir a los jardines y albercas del hotel transitar por el frente de la ventana de la cocina del Savoy, en ese momento no sé porqué me detenía y veía la preparación de la paella. Me parecía gigantesca, ahí sofreían las piezas de pollo, la carne de puerco, el chorizo y el arroz, y se integraban las demás guarniciones; los olores penetraban en mi inconsciente;  era una verdadera fiesta de magia digna de los sabios alquimistas para concluir en las maravillas del disfrute y paladear tan exquisitas mezclas de sabores y colores.

Al paso del tiempo Don Carlos le enseñó a mi madre los secretos de  la paella, los cuales obviamente fueron transmitidos a mi hermana y a mi esposa, que dudo, en mucho, superen o igualen al maestro; sin embargo, cada vez que se prepara pienso en un tributo a Don Carlos, y se le recuerda con cariño y nostalgia… ¡OLEEEE!



2 comentarios:

  1. GRACIAS POR COMPARTIR TAN BELLOS RECUERDOS.
    JORGE MORERA

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  2. Me ha sabido a gloria el escrito dedicado a mi querido e inolvidable padrino Carlos Morera es obvio que lo transcribo a mis Memorias gracias

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