AMISTAD
Por
Daniel
Zetina
@DanieloZetina
Para Liliana Huicochea
Desde
que era niño tenía claros instintos de equidad de género, ¿por qué?, lo ignoro
o no ahondaré en ello. Lo digo porque ya en la primaria (en una escuela pública
de Jiutepec, Morelos, México) era mal visto, para mi desconcierto, que los
niños tuvieran amigas. Y, obvio, lo mismo en viceversa.
Estoy
de acuerdo con que en varias edades es natural que los géneros se repelan, pero
esto ni es regla general ni es obligación. Además, podríamos indagar en las
diferentes culturas para analizar la cuestión, pero eso puedes hacerlo tú en
youtube.
Otra
cosa supe desde infante fue que me atraían las mujeres. Prácticamente todas y
en muchos sentidos. Las veía embobado, pero también con rigor científico.
Mujeres, el más grande misterio de la creación desde mi personal punto de vista
(hasta la fecha).
Entonces,
¿cómo hacer para acercarse a ellas en una sociedad que solo permite el trato si
ha de ser como novios? Difícil reto. Porque, asimismo, si un niño convivía con
niñas es que era rarito. Una piedra
más en el camino hacia las mujeres (¿habrá desaparecido ya este prejuicio?).
Con
los años, en especial a finales de la primaria, me di cuenta de que algunas de
las mujeres que conocía no me interesaban nada, otras me gustaban mucho, de
otras aprendía y unas más admiraba. Además, a alguna niña en especial (o varias
más bien) la veía con ojos diferentes, no de enamorado, pero sí de mucho
cariño.
Se
trataba de mujeres, niñas, a quienes yo consideraba o quería considerar mis
amigas. El término y el concepto mismo no debió existir entonces, cuando más
bien me ocupaba de sentir y no de pensar, menos de teorizar como ahora. Pero en
el recuerdo lo importante es claro y lo demás es difuso.
Vuelvo
al punto: ellas eran para mí mujeres inteligentes o admirables o bellas de ser
o divertidas o simplemente maravillosas y yo quería ser parte de ellas, estar
en su vida, saludarlas en la calle, compartir un dulce y platicar, sobre todo
esto, escucharlas, decirles lo que pensaba, compartir ideas o alguna anécdota.
No más allá de eso.
Eso
quería yo, quizás algunas de ellas también, pero no se podía decir de forma
abierta. Incluso, no recuerdo un “¿Quieres ser mi amiga?” de entonces (como sí
he hecho después). No estaba prohibido por ninguna ley ni era contrario a la
religión de nadie, pero era algo que de facto no parecía posible con la
libertad que podría suponerse una relación tan sana, limpia y necesaria.
Sé
(y con el tiempo lo comprobé) que muchas de ellas no fueron mis amigas por
imposiciones sociales o prejuicios. Ellas no querían nada conmigo como no fuera
una amistad y lo mismo me pasaba a mí. Pero por una u otra razón no terminó de
suceder como habría sido entendible y genial.
El
tiempo pasó y con él lo inevitable: la sociedad y sus escrúpulos estúpidos de
que los géneros solo se enemistan y no amistan de verdad. Lo que vino después,
bueno, hubo de todo, amistades, sí, pero también muchos líos porque uno fuera
amigo de alguna chica que tuviera novio, hermano o padre celoso.
Para
deprimirse, tal vez. Aunque con el tiempo sí llegué a vencer el estatus de
amistad tradicional (digo yo) y he llegado a amar a muchas mujeres como amigas,
grandes compañeras de viaje, colegas invaluables, sabias consejeras y amables
escuchas.
Y
eso no porque se hayan terminado los prejuicios, aunque algo tendrá que ver mi
decisión de ser feminista (o algo así). Aún hoy hay amigas que me dicen frases
como “Tú mándame un mensaje, que mi novio no se enoja” o “Vamos al cine, pero
no le digo a mi novio porque no lo entiende” o “Ahorita no puedo verte, tengo
una pareja que es así, medio celoso”. Es triste.
Pero
no todo fue así en mi infancia: una mujer que desde sexto de primaria me eligió
como su amigo ha acompañado mi vida, ya después de 26 años. Es mi hermana-amiga.
Y es una de las cosas que más le agradezco a la vida, que me haya dado su
compañía, su alegría incansable, su belleza y su amor. Ella es mi querida
Liliana, mi flaquita, mi mejor amiga.
Esto
comprueba que a pesar de los pesares, el amor y la amistad (dos grandes valores
para el mundo) son posibles, con todo y todo, en un mundo que parece agonizar,
y que sin duda, si Liliana no existiera no sería tan buen lugar (aunque vivamos
lejos ahora).
Cultivemos
la amistad sincera, con amor y fraternidad, como un acto de esperanza, como el
mejor activismo posible; es más, si quiere, como una venganza contra el
machismo o las malas costumbres. No tengo fórmula alguna para ello, pero cada
uno podemos buscarla. Marcharse de este mundo sin amigas no creo que tenga
mucho sentido.
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