*Foto tomada de su perfil de FB
DE
TRAMPAS, TRAMPOSOS Y HUMORISTAS EN TENIS:
ARMONIOSO
MORELOS
Por
Miguel
Ángel Izquierdo Sánchez
Morelos
Jugar
tenis para los mundanos, esto es, para quienes no tenemos pretensiones ni edad
para participar en los grandes torneos que exigen alto rendimiento, tiene sus
gracias y aventuras, sus diversiones y gratificaciones. Entre ellas está lidiar
con aprendices y expertos en trampas de gran calaña, como con quien hace de
todo ello, chacota, burla y chanza.
En
el juego social de tenis hay menos tipos de trampas que de tramposos, pues
algunos de éstos se benefician de más de un tipo de trampa y no les preocupa la
originalidad.
Por
ejemplo, Alfisco es experto en marcar
fuera las bolas buenas de sus rivales. Bartoso
es un especialista en exigir como buenas las bolas que saca en la cancha de
su opositor. Cardún disfruta
disminuyendo los puntos de su adversario. Dionico
saliva cada vez que marca más puntos a su favor sin haberlos logrado. Ertusto usa permanentemente la lengua
para distraer a su contrincante, cuando está por pegarle a la bola. Fosco ofende al término de cada punto a
su enemigo y cuando le piden respeto sale con el cuento de que habla para sí
mismo. Gorintio dilata adrede el
juego cuando está enrachado su rival.
Los
hay quienes se valen en un partido de varias de estas tretas, son auténticos
tramposos combinatorios, alambristas con talcos en los bolsillos, para mejor
saborearse sus tranzas.
Pero
a cada uno de ellos lo superó mi compadre Armonioso, artista del alambre fino,
meticuloso, oportuno, sistemático. Lean si no.
Si
marcaba fuera una bola buena de su oponente le decía para reconfortarlo: “salió
por un pelito de virgen”. Si peleaba como buena una bola que había sacado en el
lado de su contrincante, lo hacía, “por una causa noble”, como cuando apostaba
una cerveza. Si disminuía los puntos de su adversario y lo cachaban en la
treta, confesaba que lo hacía “para que
no se distraiga el contrincante”. Si se aumentaba arbitrariamente puntos a su
favor y le reclamaban la argucia, contestaba: “es que me distraje”. Si le hacían
la marrullería de ofenderlo en medio de una jugada, añadía de inmediato “se
vale la autocrítica”. Cuando la maniobra de su rival era interrumpir el juego
para ganar tiempo y romper su racha favorable, al momento de regresar el
contrario, mi compadre hacía sonar su celular y suspendía el partido diciendo
que le estaba llamando su entrenador psicológico desde Trampolandia, tomándose el doble de tiempo en interrumpir el
partido. Añadía: “nos está viendo vía satélite por Google Earth”.
Cuando
al terminar un partido le reclaman sus alambres y los puntos que había quitado
a su honorable rival, contestaba con toda mesura y cara de infinita justicia:
“la verdad, sólo le hice trampa en los puntos importantes”.
Casi
siempre ganaba, aunque llegaba muy rara vez a perder. Precisamente cuando no
negociaba apuesta de por medio, o “para no perder al cliente”, o cuando la
apuesta era “de a pellizco”. Entonces sabía bien perder, preparando el terreno
para que el ganador cayera en el garlito de apostar al siguiente partido, que
había perdido de antemano al momento de aceptarlo.
A
Armonioso, algunos le llamaban “El Arqui”, otros
jóvenes jugueteando le apodaban “El viejito”. Era un humorista contumaz, un
filósofo del tenis. Se nos fue prácticamente en la cancha de arcilla, acabando
de jugar con la intensidad que lo hizo toda la vida, y apostando ese día, como
era su ley, un “six” de cervezas por set.
Enseñó tenis a decenas de jóvenes y adultos, jugando y
apostando el six: “es más barato que
pagar a un profesor”, les aseguraba convencido. No hacía distinción, jugaba con
quien se le plantaba enfrente y desde el principio, le iba observando para
derivar de ello consejos para pararse bien, golpear la pelota de derecha, de
revés, realizar el servicio e ir avanzando en el infinito repertorio de golpes
de tenis.
Su humor era negro, frío, implacable: aparentaba estar
muy serio y soltaba sus frases crípticas que resuenan años después de su
partida. Así, la apuesta debería ser “puesta en obra”, exhibida antes de
empezar a jugar, a mano, para ir tomando una cerveza él y una su contrincante,
a la par. Esto era algo así como un “descuento de 50%”, pues con él se trataba
de convivir, de jugar y chacotear.
Hacía sorna a gritos cuando alguien había perdido con
él y no pagaba: “agárrenlo, se va sin pagar el six”. Y si alguien había huido
en tal condición, apenas regresaba otro día, anunciaba desde la cancha con
similar grito: “ahí viene fulano de puntitas”, ventaneando a quien quería pasar
desapercibido. Todo para que cumpliera el honor empeñado con la apuesta previa,
pendiente.
Tenía sus preferencias de cerveza: “unos huevos de
toro”, pero tratándose de apuesta, aceptaba todas las marcas, excepto agua,
pues como aseguraba, “esa no porque me puedo oxidar”.
Fue inventando como pueden ver, toda una jerga muy
suya. Al punto para set le llamaba
“cheve point” y al punto para partido
le llamaba “six point”. A la muerte súbita le llamaba “six súbito”.
Sabía con quién llevarse, en especial con los jóvenes.
De modo que cuando les ganaba a los presumidos, los calificaba con alguna de
estas expresiones: “estás moco”, “estás verde”, o bien, “eres mijo, tolón,
tolinsin”. Una variante era decirles: “ah qué caballo” (implicando, sin
decirlo, ¡ah qué pendejo!).
Podía incluir en la apuesta, el bote de pelotas con
las que se jugaba. Pero si el contrincante ponía las bolas, pasaban
necesariamente por su escrutinio. Así opinaba de las pelotas viejas o muy
gastadas: “con estas pelotas jugaba Pedro Picapiedra”, o bien, “estas pelotas
son las que volamos a la barranca por inservibles el año antepasado” o bien,
“estas bolas están más lisas que la calva de zutano o que las nalgas de
mengano”. Y si de verdad era el caso, entonces había que jugar con sus pelotas
y apostarlas también. Por cierto, Mingo, su zurdo contrincante y gran amigo,
recuerda que el día del último partido de Armonioso, extrañamente, las pelotas
quedaron ahí esparcidas sobre la cancha.
Era un deportista nato. Desde muy chico fue allá por
el centro de Cuernavaca, basquetbolista, beisbolista, voleibolista. El deporte
en general y en sus últimos años el tenis, lo era todo, diario lo jugaba. La
célebre frase “Si tu trabajo que no te da para jugar tenis, deja el trabajo”,
se la debemos a él. Nos reclamaba muy serio: “prefieren acabar viejos y
decrépitos en sillas de ruedas, con fajos de billetes dentro del colchón, en
lugar de ágiles y frescos jugadores de tenis; no digan que no se los advertí
cuando vaya a verlos a sus casas de ancianos y los encuentre babeando”.
A los colados al deportivo que no habían pagado su
entrada les dirigía la expresión: “dulces, chocolates, palomitas”, dejando
claro que eran intrusos disfrutando lo que otros pagaban. Enseguida nos decía
el apodo que le había dado, así en automático, como lo había inventado para
todos nosotros, a primera vista, de su gran repertorio de sobrenombres de personajes
de caricaturas o de películas. Nadie estaba exento de su apodo, aunque podría
no llegarlo a saber.
Si algún jugador llegaba muy jarioso, sobrado de
fuerza y sacaba demasiado las pelotas, apuntaba: “es que no hizo la tarea”,
implicando que no había hecho sexo. En tal caso decía de sí mismo: “yo sí la
hice, a renglón cerrado y sacando punta al lápiz”. Si en cambio el otro jugador
pegaba muy débil a la pelota, de inmediato daba el motivo: “tú sí hiciste la
tarea, procura descansar, antes de venir a jugar”.
Al que llegaba
tarde (o se iba temprano), le cargaba la mano: “no te dejaban venir por no
lavar los trastos, yo por eso me levanto temprano, para lavar trastos y ropa y
así sí me dejan venir”. Cuando a alguien le llamaban por teléfono durante el
juego expresaba para todos: “que te regreses a casa, que no planchaste”. Si uno
llegaba a hora no acostumbrada, tenía la razón en la boca: “¿verdad que no está
tu mujer? Si estuviera no andarías por
aquí a esta hora”.
Era también considerado. Tenía muy presente que a mí
me gustaba aventarme ante un tiro difícil, cayendo y rodando sobre la cancha,
por lo que terminaba con la playera y el short con algo de arcilla roja. Así
que la ocasión en que no lo hice, terminamos y en la cancha, le dio por echarme
arcilla sobre la espalda sudada, de ahí que le reclamé haciéndome a un lado:
-
¿Qué te pasa
compadre? ¡No me ensucies!
-
Te estoy
protegiendo compadre, cuando llegues a tu casa si mi comadre no te ve con
arcilla encima va a sospechar que te fuiste con las muchachas y así en cambio
no tendrá dudas de que estuviste con nosotros, jugando tenis. No es un favor
menor el que te hago.
Otras veces me bromeaba, diciendo: “¿Qué? ¿Estás
construyendo cancha de arcilla en tu casa y por eso te la llevas en la espalda
de poco en poco?” A quienes también
salían de la cancha con arcilla en la ropa les reclamaba: “aquí el único
autorizado para sacar arcilla y proteger su matrimonio es mi compadre, así que
regresa la que traes encima”.
Este pequeño recuento les puede dar idea de las huellas
tenísticas y humorísticas que nos ha dejado, esparcidas por cada rincón de las
canchas de arcilla. Por eso es que hemos instituido un torneo anual tenístico
de dobles, para el que su amada familia imprime playeras y nosotros las adquirimos,
con el agudo lema por el frente: “Si tu trabajo no da para jugar tenis…”, y al
reverso: “…deja el trabajo”.
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