domingo, 31 de diciembre de 2017

PROPÓSITOS, PLANES, BUENAS INTENCIONES, Edgary Vázquez



PROPÓSITOS, PLANES, BUENAS INTENCIONES 
Y OTRAS FANTASíAS DE LA TEMPORADA

Por
Mario Edgary Vázquez López.
Morelos, México.


         ¡Qué rápido se fue este año! ¡Ni lo sentí!

Frases típicas de fin de temporada, que se empiezan a escuchar desde mediados de noviembre, donde nos damos cuenta de que muchas de nuestras promesas, propósitos y compromisos que cantamos a los cuatro vientos con mucho entusiasmo y enjundia, se quedan en tan solo buenas intenciones.

*Pero, este año, ¡ahora sí!, ¡este es el bueno! (aja ).
*¡Adiós a esos kilos de más! (aja…).
*Voy a leer un libro por mes como mínimo (aja).
*Este año dejo de ser patrocinador del gym y si le sacaré jugo, no como los otros tres anteriores que pago la anualidad y solo voy en enero (aja).
*Si no me dan el aumento que merezco en la empresa, me voy, ¡me les voy y emprendo mi propio negocio!...

         (Suspiro…). Y a todo esto, ¿qué es lo que nos pasa realmente? ¿Por qué esa falta de compromiso o dedicación?

         “Bueno, lo que ocurre es que es un compromiso conmigo mismo y esos no valen realmente”.

         ¡¡!! Me quede anonadado al escuchar esa “explicación” de un conocido. Es decir, ¿mi propia palabra no vale nada?, ¿un compromiso de mi para mí es como una hoja al viento?

         ¿Existe algún secreto que algunos elegidos conocen y que celosamente guardan para solo con sus correligionarios pueden compartir?


         No realmente, tan solo es cuestión de no atiborrase con las uvas y apurarse con los deseos – perdón, propósitos – y ser más realista. Que sean tres o cuatro, pero que sepamos los alcances de cada uno de ellos. Fijarnos metas que nos sean agradables y no un sacrificio, considerando que al final del año venidero, será muy satisfactorio decir que tuvimos éxito en cada uno de ellos. 


FALDAS Y PANTALONES, Daniel Zetina

*Foto tomada de su perfil en FB


FALDAS Y PANTALONES
Por
Daniel Zetina
Morelos
@DanieloZetina


*Para mis hermanas Blanca y Carmen

Desde que era niño tenía claros instintos de equidad de género, ¿por qué? Lo ignoro. Algunas veces he dicho que nací con eso, pero dicha afirmación es arbitraria. Algo en mi casa debió influir, a pesar de que hubo poca crianza y de que esta terminó cuando yo tenía 13 años.

En la escuela era clara la marcada diferencia en el uniforme de niños y niñas. Nosotros íbamos con pantalón y ellas con falda, rigurosamente. Le pregunté a la maestra la razón de aquello, en especial por qué las niñas no podían llevar pantalón si era más cómodo. Ella solo me ignoró. Lo mismo pasó con otro maestro de amplio bigote.

Me interesaba el asunto y lo consulté con varios adultos… lo mismo. Las niñas usaban falda y los niños pantalones porque así era y punto, por género. Porque los niños no podían usar falda y las niñas sí podían usar pantalón, pero fuera de la escuela. Incluso, en esa primaria, las niñas usaban falda para la clase de deportes.

En mi casa las niñas también usaban falda, más que pantalón. Eso fue cambiando con el tiempo, y las modas, y la identidad de mis hermanas, pero en general la diferencia se mantuvo. Mis amigas no solían cuestionar el asunto, ni compañeros mucho menos, lo único que sí les causaba interés era que gracias a las faldas podían verles los calzones a las niñas con relativa facilidad.

Seguí indagando y con el tiempo conocí a algunas personas que se preguntaban lo mismo. Fui un lector crítico de los anuncios y de la televisión en general. Leí artículos y libros sobre el tema de las diferencias de género y las imposiciones machistas, por mi cuenta en la biblioteca estatal de Morelos.
Todo lo anterior me dio algunas respuestas:

a) aunque en el origen quizás no era así, ahora las mujeres usan falda como una imposición machista (en tanto que los hombres occidentales no la usan);
b) los hombres usan pantalón como una especie de privilegio de dominación de los medios de producción (los obreros no podrían llevar falda por seguridad, por ejemplo);
c) la sociedad impone estándares estereotipados del vestido y otras formas de ornamentación en las mujeres como una forma de dominación comercial (maquillaje, moda), y con ello las obliga a un sometimiento consumista;
d) los varones no usan faldas, porque parecerían mujeres, y eso no lo pueden soportar.
Son solo algunas de las conclusiones a las que llegué en mi adolescencia y que en esencia no han cambiado. Pero además de esto, mis reflexiones me han llevado, más que a respuestas, a nuevas preguntas, que quisiera poder eliminar pronto de mis asuntos pendientes:
a) ¿por qué las mujeres siguen siendo sometidas por las imposiciones de patriarcado machista incluso en su forma de vestir?
b) ¿por qué hasta ahora son pocos los hombres que cuestionan estos estereotipos que terminan por dañar tanto a lo femenino como a lo masculino de la sociedad?
c) es impresionante el valor que las religiones le dan a la ropa, con un enfoque moral, en especial de forma restrictiva hacia las mujeres.
d) ¿qué hacer desde mi perspectiva de hombre antipatriarcal para luchar las imposiciones de una cultura que se gesta y defiende e impone desde mi propio género?

Faldas y pantalones, tacones y tenis, aretes y collares, cabello largo y casquete corto, shorts y falditas deportivas, perfumes, trajes, rasuradoras y tantos objetos que se vuelven simbólicos en la dominación y el engaño.

Somos, antes que eso, seres humanos, que podemos vencer los prejuicios, las leyes, la moral y los dogmas que restringen, prohíben, limitan, encasillan, anulan, obligan, vigilan y castigan a quienes no los siguen. Podemos comenzar por nuestra propia casa, así lo he intentado por años.



DE TRAMPAS, TRAMPOSOS Y HUMORISTAS EN TENIS... Miguel Izquierdo


*Foto tomada de su perfil de FB


DE TRAMPAS, TRAMPOSOS Y HUMORISTAS EN TENIS:
ARMONIOSO MORELOS

Por
Miguel Ángel Izquierdo Sánchez
Morelos


Jugar tenis para los mundanos, esto es, para quienes no tenemos pretensiones ni edad para participar en los grandes torneos que exigen alto rendimiento, tiene sus gracias y aventuras, sus diversiones y gratificaciones. Entre ellas está lidiar con aprendices y expertos en trampas de gran calaña, como con quien hace de todo ello, chacota, burla y chanza.
En el juego social de tenis hay menos tipos de trampas que de tramposos, pues algunos de éstos se benefician de más de un tipo de trampa y no les preocupa la originalidad.

Por ejemplo, Alfisco es experto en marcar fuera las bolas buenas de sus rivales. Bartoso es un especialista en exigir como buenas las bolas que saca en la cancha de su opositor. Cardún disfruta disminuyendo los puntos de su adversario. Dionico saliva cada vez que marca más puntos a su favor sin haberlos logrado. Ertusto usa permanentemente la lengua para distraer a su contrincante, cuando está por pegarle a la bola. Fosco ofende al término de cada punto a su enemigo y cuando le piden respeto sale con el cuento de que habla para sí mismo. Gorintio dilata adrede el juego cuando está enrachado su rival.

Los hay quienes se valen en un partido de varias de estas tretas, son auténticos tramposos combinatorios, alambristas con talcos en los bolsillos, para mejor saborearse sus tranzas. 

Pero a cada uno de ellos lo superó mi compadre Armonioso, artista del alambre fino, meticuloso, oportuno, sistemático. Lean si no.

Si marcaba fuera una bola buena de su oponente le decía para reconfortarlo: “salió por un pelito de virgen”. Si peleaba como buena una bola que había sacado en el lado de su contrincante, lo hacía, “por una causa noble”, como cuando apostaba una cerveza. Si disminuía los puntos de su adversario y lo cachaban en la treta, confesaba que lo hacía  “para que no se distraiga el contrincante”. Si se aumentaba arbitrariamente puntos a su favor y le reclamaban la argucia, contestaba: “es que me distraje”. Si le hacían la marrullería de ofenderlo en medio de una jugada, añadía de inmediato “se vale la autocrítica”. Cuando la maniobra de su rival era interrumpir el juego para ganar tiempo y romper su racha favorable, al momento de regresar el contrario, mi compadre hacía sonar su celular y suspendía el partido diciendo que le estaba llamando su entrenador psicológico desde Trampolandia, tomándose el doble de tiempo en interrumpir el partido. Añadía: “nos está viendo vía satélite por Google Earth”.

Cuando al terminar un partido le reclaman sus alambres y los puntos que había quitado a su honorable rival, contestaba con toda mesura y cara de infinita justicia: “la verdad, sólo le hice trampa en los puntos importantes”. 

Casi siempre ganaba, aunque llegaba muy rara vez a perder. Precisamente cuando no negociaba apuesta de por medio, o “para no perder al cliente”, o cuando la apuesta era “de a pellizco”. Entonces sabía bien perder, preparando el terreno para que el ganador cayera en el garlito de apostar al siguiente partido, que había perdido de antemano al momento de aceptarlo. 

A Armonioso, algunos le llamaban “El Arqui”, otros jóvenes jugueteando le apodaban “El viejito”. Era un humorista contumaz, un filósofo del tenis. Se nos fue prácticamente en la cancha de arcilla, acabando de jugar con la intensidad que lo hizo toda la vida, y apostando ese día, como era su ley, un “six” de cervezas por set.

Enseñó tenis a decenas de jóvenes y adultos, jugando y apostando el six: “es más barato que pagar a un profesor”, les aseguraba convencido. No hacía distinción, jugaba con quien se le plantaba enfrente y desde el principio, le iba observando para derivar de ello consejos para pararse bien, golpear la pelota de derecha, de revés, realizar el servicio e ir avanzando en el infinito repertorio de golpes de tenis.

Su humor era negro, frío, implacable: aparentaba estar muy serio y soltaba sus frases crípticas que resuenan años después de su partida. Así, la apuesta debería ser “puesta en obra”, exhibida antes de empezar a jugar, a mano, para ir tomando una cerveza él y una su contrincante, a la par. Esto era algo así como un “descuento de 50%”, pues con él se trataba de convivir, de jugar y chacotear.

Hacía sorna a gritos cuando alguien había perdido con él y no pagaba: “agárrenlo, se va sin pagar el six”. Y si alguien había huido en tal condición, apenas regresaba otro día, anunciaba desde la cancha con similar grito: “ahí viene fulano de puntitas”, ventaneando a quien quería pasar desapercibido. Todo para que cumpliera el honor empeñado con la apuesta previa, pendiente.

Tenía sus preferencias de cerveza: “unos huevos de toro”, pero tratándose de apuesta, aceptaba todas las marcas, excepto agua, pues como aseguraba, “esa no porque me puedo oxidar”.

Fue inventando como pueden ver, toda una jerga muy suya. Al punto para set le llamaba “cheve point” y al punto para partido le llamaba “six point”. A la muerte súbita le llamaba “six súbito”.

Sabía con quién llevarse, en especial con los jóvenes. De modo que cuando les ganaba a los presumidos, los calificaba con alguna de estas expresiones: “estás moco”, “estás verde”, o bien, “eres mijo, tolón, tolinsin”. Una variante era decirles: “ah qué caballo” (implicando, sin decirlo, ¡ah qué pendejo!).

Podía incluir en la apuesta, el bote de pelotas con las que se jugaba. Pero si el contrincante ponía las bolas, pasaban necesariamente por su escrutinio. Así opinaba de las pelotas viejas o muy gastadas: “con estas pelotas jugaba Pedro Picapiedra”, o bien, “estas pelotas son las que volamos a la barranca por inservibles el año antepasado” o bien, “estas bolas están más lisas que la calva de zutano o que las nalgas de mengano”. Y si de verdad era el caso, entonces había que jugar con sus pelotas y apostarlas también. Por cierto, Mingo, su zurdo contrincante y gran amigo, recuerda que el día del último partido de Armonioso, extrañamente, las pelotas quedaron ahí esparcidas sobre la cancha.

Era un deportista nato. Desde muy chico fue allá por el centro de Cuernavaca, basquetbolista, beisbolista, voleibolista. El deporte en general y en sus últimos años el tenis, lo era todo, diario lo jugaba. La célebre frase “Si tu trabajo que no te da para jugar tenis, deja el trabajo”, se la debemos a él. Nos reclamaba muy serio: “prefieren acabar viejos y decrépitos en sillas de ruedas, con fajos de billetes dentro del colchón, en lugar de ágiles y frescos jugadores de tenis; no digan que no se los advertí cuando vaya a verlos a sus casas de ancianos y los encuentre babeando”.

A los colados al deportivo que no habían pagado su entrada les dirigía la expresión: “dulces, chocolates, palomitas”, dejando claro que eran intrusos disfrutando lo que otros pagaban. Enseguida nos decía el apodo que le había dado, así en automático, como lo había inventado para todos nosotros, a primera vista, de su gran repertorio de sobrenombres de personajes de caricaturas o de películas. Nadie estaba exento de su apodo, aunque podría no llegarlo a saber.

Si algún jugador llegaba muy jarioso, sobrado de fuerza y sacaba demasiado las pelotas, apuntaba: “es que no hizo la tarea”, implicando que no había hecho sexo. En tal caso decía de sí mismo: “yo sí la hice, a renglón cerrado y sacando punta al lápiz”. Si en cambio el otro jugador pegaba muy débil a la pelota, de inmediato daba el motivo: “tú sí hiciste la tarea, procura descansar, antes de venir a jugar”.

Al que llegaba tarde (o se iba temprano), le cargaba la mano: “no te dejaban venir por no lavar los trastos, yo por eso me levanto temprano, para lavar trastos y ropa y así sí me dejan venir”. Cuando a alguien le llamaban por teléfono durante el juego expresaba para todos: “que te regreses a casa, que no planchaste”. Si uno llegaba a hora no acostumbrada, tenía la razón en la boca: “¿verdad que no está tu mujer?   Si estuviera no andarías por aquí a esta hora”.

Era también considerado. Tenía muy presente que a mí me gustaba aventarme ante un tiro difícil, cayendo y rodando sobre la cancha, por lo que terminaba con la playera y el short con algo de arcilla roja. Así que la ocasión en que no lo hice, terminamos y en la cancha, le dio por echarme arcilla sobre la espalda sudada, de ahí que le reclamé haciéndome a un lado:
-       ¿Qué te pasa compadre? ¡No me ensucies!
-       Te estoy protegiendo compadre, cuando llegues a tu casa si mi comadre no te ve con arcilla encima va a sospechar que te fuiste con las muchachas y así en cambio no tendrá dudas de que estuviste con nosotros, jugando tenis. No es un favor menor el que te hago.

Otras veces me bromeaba, diciendo: “¿Qué? ¿Estás construyendo cancha de arcilla en tu casa y por eso te la llevas en la espalda de poco en poco?”  A quienes también salían de la cancha con arcilla en la ropa les reclamaba: “aquí el único autorizado para sacar arcilla y proteger su matrimonio es mi compadre, así que regresa la que traes encima”.

Este pequeño recuento les puede dar idea de las huellas tenísticas y humorísticas que nos ha dejado, esparcidas por cada rincón de las canchas de arcilla. Por eso es que hemos instituido un torneo anual tenístico de dobles, para el que su amada familia imprime playeras y nosotros las adquirimos, con el agudo lema por el frente: “Si tu trabajo no da para jugar tenis…”, y al reverso: “…deja el trabajo”.