domingo, 14 de julio de 2019

LA CITA FRUSTRADA, Ignacio Cortés Morales

La hora se acerca, la cita a la vista, tres horas apenas de distancia, y empieza el arreglo, pantalón y camisa pero no, qué hago, cómo rayada uno y rayada la otra, ya sólo le falta la placa con el número al frente. A buscarle. Ya sé, este pantalón y esta camisa. Ajá, negro y blanca, ¿por si falta un mesero? Me volví idiota. Me voy de café. ¡No te digo! De tamarindo, de agente de tránsito. ¡Arajo! Sólo falta que me vaya encuerado, cierro un ojo y digo que voy disfrazado de aguja. Ya. Este pantalón y esta camisa y ya, y apúrate que ya perdiste mucho tiempo. Quiero salir antes, ir por unas flores o un muñeco de peluche, chocolates, me decía, aunque en el fondo lo que quería era salir pronto, prolongar la felicidad por la cita, no vaya a ser que me hable y la cancele. ¡No!

¿Fundados mis temores?  Es la más bonita de la escuela. ¿Aceptó la invitación a salir? Sí, hoy, a las cinco, las cinco en punto de la tarde, diría García Lorca, en la catedral, está grande, pero nada que no pueda recorrer en cinco minutos, y si me quedo al centro, de ahí se ven las dos entradas, así que no hay pierde. Por eso debo llegar temprano. No creo que X llegue antes. No hay felicidad completa. Que llegue, aunque sea tarde. La espera por el tiempo que llegue tarde será poco por lo que estaremos juntos y entonces caminaremos. Primero le entrego el presente y me dará las gracias. “Está muy bonito. Gracias”. Dirá y su sonrisa especial me sonrojará. Pequeño para que no estorbe. Porque sí va a llegar, desde luego. ¿Le diré que me gusta? Es la primera cita. ¡No!, no es conveniente. Sólo caminaremos y tomaremos algo. Al Borda para ver caer la tarde. Si tuviera coche iríamos a Palmira. Ninguno de los cuates tiene uno y si lo tuvieran no me lo iban a prestar. Caminar en catedral, visitar las capillas. ¿Y el ateísmo? Puede esperar.

Al caminar, seguro, alguna vez tocaré su mano, y lo haré a propósito, y si después de pedir perdón me dice “no te apures”, ¿será que voy bien? Caminar, hablar, si es que puedo por la emoción, y le diré que cuando no tengo clase salgo del salón y le miro a la distancia y escribo versos que sólo yo conozco, pero que son para ella, y le cambio letra a las canciones, y también para ella. Y si alguna vez es mi novia se los daré todos y los guardará como un tesoro, pues son de mí para ella, sólo para ella. Cursis líneas pero a ella le parecerán únicos, hermosos, y los tendrá en una caja, y en las noches, después de que le deje, que todavía le hable por teléfono, ya acostada, los sacará, los besará, y aunque los tendrá aprendidos de memoria, los leerá y una sonrisa le llenará el rostro, y todo ello por mí, y deseará verme, y quizá hasta quiera llamar, pero a las diez de la noche ya será tarde, y no lo hará. Todo lo guardará en su caja, su cajón, se cobijará y echará una mirada más al lugar y se quedará dormida en su inocencia. ¿Le amo? Sí, en secreto. Ella no lo sabe. Hoy nuestra primera cita. Ella y yo, caminando y quizá se lo…

Bueno, me voy. Corto el hilo de mis pensamientos. Un poco más de perfume. ¡No mucho!, ¡Ya!. Salgo al patio y todavía alcanzo a oír que suena el teléfono, subo la escalera, rápido. No me vaya a llamar para cancelar la cita. Así, si sabe que ya salí, quizá por cortesía acuda. Más rápido, pero todo es inútil, no alcanzo a abrir la puerta, cuando me mamá grita: “te hablan”, y al no responder, “no oíste que te hablan”, y no me queda más que bajar. ¿Será ella?, ¿Para cancelar, para adelantar la cita, para que sea más tarde? Se me hace tarde, ma’, y me responde: ¿para qué das el número de la casa si no quieres que te llamen?
Bueno, endulzo la voz lo más que puedo, y me encuentro que es Juan. Justo a esta hora.

-Ya terminé la síntesis del libro. Te la llevo mañana y ahí me pagas.
-Si quieres voy por el trabajo.
-Voy a salir. Tengo una cita.
-¡Órale! Estoy cerca de tu casa. Te pago y te llevo donde vayas. Llego en diez minutos.

Perfecto, pensé, así tendré un dinero más y hasta llevaré a X a su casa en taxi. Quedamos de vernos en diez minutos. Salgo rápido, llevando el trabajo. Ahí viene. ¿Acompañado? Bueno, no le podré platicar que voy a ver a X y no le podré pedir un consejo para que me diga si es conveniente declararme. Tiene mucha experiencia con las mujeres. ¿Con quién viene?... no puede ser, es ella. ¿La golpeo, lo golpeo, los golpeo? Me quedo de una pieza.

Se baja Juan. Ella me saluda con total indiferencia. Ni siquiera se acuerda de la cita. Soy un imbécil. Casi como autómata le entrego la síntesis, me paga y me hace señas que no diga nada del trabajo. “Súbete” me dice. Ella, mirándose al espejo. Para ella yo no estoy, no he estado nunca.

-Gracias, me quedo-, le digo y contesta, “como quieras. Te la brindo”, al tiempo que guiña un ojo y me da un pequeño golpe con el codo, en franca complicidad.

Y yo pensando en darle unos versos…



LA CITA FRUSTRADA
Ignacio Cortés Morales
Por
Morelos

Ignacio es periodista